jueves, 13 de marzo de 2014

Life

Cierro los párpados, cansados, como yo. Dejo que mi peso se desplome entre las sábanas esperando que me den el cobijo que no consigo encontrar fuera, e intento dormir. 
Ni siquiera las pastillas me han hecho efecto, la presión de mi mente sobre mí es mucho mayor para cualquier fármaco. Intento que las sombras desaparezcan, pero no hacen más que cernirse sobre mí. Pienso en lo único que podría animarme, y recuerdo que tampoco está para animarme. Intento no pensar, pero es más rápido que yo, y me alcanza como una flecha directa al corazón. Empiezo a llorar, en silencio, ya estoy bien entrenada para que la quietud de la noche no se vea interrumpida por mi llanto, pero aun así, entierro la cara en la almohada para asegurarme, para sentirme arropada. 
No sé cuantas horas pasan, solo que cuando me levanto, vuelve a ser de día, y todo vuelve de nuevo a mí. 
Así pasa un día, y otro, y otro. Y cada día que pasa eres un día más vieja, me repito. Y cada día que pasa, lo desperdicias de la misma manera. Solo que ya no sé parar, solo que ya no quiero ni puedo parar. 
E intento seguir, e intento luchar. Pero mientras estoy librando esta batalla, no dejo de preguntarme para quien la estoy librando, si para mí, o para otros. Porque si fuera para mí, ya habría desistido hace tiempo, y si fuera por ellos, la habría ganado. Así que me parece estúpido continuar una batalla, entre el bien y el mal, que no es más que mi vida perdida, que no es más que yo, en el centro de un campo destrozado por la guerra, cansada de luchar, cansada de vivir.

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