sábado, 1 de noviembre de 2014

Dear Ana:

Supongo que el hecho de que te escriba, significa que empiezo a aceptar que formas parte de mi vida. No sé como alguien puede ponerle un nombre tan bonito a algo tan horrible, quizá porque así pareces lo que no eres.
Me has arruinado la vida. Me la arruiné yo sola cuando me volviste la mente loca. Ya no sé si lo que veo es real. No sabes, lo que es mirarse en un espejo, y no saber si lo que se refleja es real. Distorsionas tu imagen, dicen. Me da igual. Has hecho que me de igual todo. Me has hecho mentirosa, rastrera. He engañado para no engañarte a ti, como si yo te importara algo.
Cada vez que veo a una niña, me pregunto si ella lo será cuando crezca, y me asusta. Me asusta porque solo querría proteger a todas las personas de ese dolor.
He culpado a mucha gente, y sí, ellos me hicieron estar aquí. Pero no fueron solo sus palabras, fueron mis actos. Fue mi búsqueda de la perfección, me esforcé en ser alguien que nunca voy a ser.
No dejan de repetirme: debes aceptarte, porque nunca cambiarás.
No quiero desperdiciar mi vida en esto. Pero la gente que no lo padece, no lo comprende. No entienden que el sentimiento de odio no va solo de lo físico, no es solo que te creas que pesas más de lo que lo haces en realidad, Sí, eso es una gran parte. Pero nadie cuenta cómo te sientes cuando tienes constantemente frío, o no tienes fuerzas para hacer nada, o solo quieres dormir, porque tu cuerpo no se puede ni levantar. Nadie ve el odio que hay dentro de cada persona que te padece.
Quiero huir de ti, pero a la vez solo quiero tenerte más cerca. Porque la imagen no cambia, mi mente no cambia.
Han pasado tres años desde que todo empezó, y sigo anclada en el mismo lugar. No me dejas ir pero yo tampoco te quiero borrar. Sigo empeñada en encontrar lo que me de la felicidad, y aún sigo creyendo que solo puedes ser tú.

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